El final de la segunda temporada me dejó sin aliento. El griego, los estibadores, los sindicalistas. La vida en el puerto deja paso a la destrucción de la torres, la lucha por las esquinas en los barrios bajos y por el poder en el ayuntamiento.
Lo que hace que “Bajo escucha” sea una de las mejores series que nunca vi es el realismo con que se trata la vida en una sociedad americana enferma, donde conviven sin ningún tipo de pudor políticos, traficantes, constructores, policías y yonkis. Una sociedad americana donde en ciudades como Baltimore, de las más violentas del mundo, tienen una tasa de homicidios en la actualidad de 44 por cada 100.000 habitantes mientras que el promedio de otras ciudades en los States es de 5,9.
Si a esto sumamos personajes sublimes como “El pequeño Omar” o el “Hermano Mouzone”. Las desavenencias internas entre “Avon” y su lugarteniente “Stringer bell”. El nacimiento de nuevos gánster como “Marlo Stanfield”. La carrera electoral en el ayuntamiento. Y lo metemos todo ello revuelto dentro de un experimento políticamente incorrecto de un comandante de policía a punto del retiro que decide que para mejorar los ratios de delitos lo mejor es legalizar la venta de droga en las zonas despobladas, ”Hamsterdam”. Obtenemos una temporada inigualable de, probablemente, la mejor serie sobre policías de todos los tiempos.
Y lo mejor, nuestro héroe es un borracho, mujeriego y golfo al que lo que más le gusta en la vida, tras la botella, es ser policía. Eso sí, sin respetar la cadena de mando.
Sentará 'Jimmy' McNulty la cabeza.
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